La ONICOFAGIA empeora la calidad de vida, puede provocar infecciones intestinales y de las encías, además de desgastar los dientes.
El 45% de los niños y más del 10% de los adultos de nuestro país se muerden las uñas. Un gesto aparentemente inocente, que tiene importantes repercusiones sobre la salud general, puesto que bajo ellas se acumulan gérmenes como el Staphylococcus y Cándida, los más comunes.
En palabras de la dermatóloga y profesora de la Universidad de Granada, Rosa Ortega del Olmo, «esta parte del cuerpo no es que sea tóxica en sí misma, lo que sí es dañino son las sustancias nocivas que se acumulan bajo las uñas».
Llegamos a un punto, pues, en el que la estética es lo menos importante (la uña se ensancha y acorta su longitud, además de provocarse heridas). Lo peor es que la onicofagia favorece el contagio de parásitos intestinales (más de once variedades), y en especial en el grupo de los niños. Uno de los más populares es el oxiuro, más conocido como lombriz, un parásito blanco y muy delgado que habita en nuestro organismo. Sus huevos pueden encontrarse bajo las uñas y, al morderlas, el niño hace que pasen al aparato digestivo y lo colonicen. En estos casos, lo mejor es consultar con el odontólogo y el psicólogo, para abordar este ‘tic’ nervioso y eliminarlo cuanto antes.
Además de todo lo anterior, morderse las uñas provoca el desgaste de los dientes, en especial los incisivos superiores e inferiores porque «ocasiona microtraumatismos que desprenden partículas de esmalte, lo que hace que las piezas dentales se vayan recortando», explica la odontóloga Samia Recio.
Así mismo, pequeños trozos de uña pueden clavarse en la encía y provocar heridas que den lugar a gingivitis en los casos más extremos. También se asoció este hábito con trastornos de la articulación temporomandibular que producen dolor y problemas de masticación.
(Información obtenida de Infomed Dental, nº 399 – 28 de Octubre 2016.)